Ella viene hace algunos meses.
Cuando la conocí, estaba inmersa en un mar de angustia. Mucha angustia, con una posición muy melancolizada. El trabajo iba a ser difícil.
Cuando recordaba que se acercaba su horario, ya me predisponía a intentar tener más energía que la que acostumbro, es difícil batallar con la melancolía, por momentos es como que sentís que todo se vuelve apático, sin sentido.
El analista debe estar advertido, poner cuerpo, palabra y vida donde parecería solo haber desidia.
-¿Cómo estás? Arrojé un día, como cualquier otro…
– “¡Bien!” y aclara “Bien así” (y su cara se transforma, se llena de una luminosidad nueva en su rostro).
Empieza a contarme diferentes cuestiones, muchas de ellas ya trabajadas, pero las retoma esta vez desde otro lugar.
Un lugar diferente, donde se la escucha apropiada de eso que cuenta, como si por primera vez los sucesos fueran posibles de modificarse, claro que, sabiendo muy a conciencia el gran trabajo que le implicará.
Hizo muchos chistes esa sesión, también se angustió por momentos, pero su cara no dejaba de representar esa luz. Esa sesión se rió mucho. Nos reímos mucho. No sabía cuán divertida era ella, lo intuía, y no dejó de sorprenderme.
Pudimos ubicar algo de este efecto en ella, era resultado de haberse animado a atravesar ese mar, aun cuando sentís que la ola te devuelve una y otra vez a la orilla, en cualquier lugar, después de dar mil vueltas entre el agua y la arena.
¿Viste cuando salís que estás entre desorientado, un poco golpeado, a veces dolorido, pero con cara de: ¡qué divertido todo esto!? Con esa mezcla de sentir que está bueno y divertido, pero a la vez, sabes que te está lastimando por todas partes. La real paradoja, renunciar a eso que parece tan cómodo y bueno, pero que te deja en cualquier lugar diferente respecto de donde te queres dirigir. ¡Acá está la verdadera dificultad, qué elegir y qué costos estamos dispuestos a pagar por tener una orientación más singular!
Del otro lado del mar, la espera una nueva oportunidad, y ella lo sabe. Por eso vino. Las olas inmensas, esos significantes arrasadores y determinantes la han dejado en una posición sufriente, de mucho padecimiento.
Pero ahora ella está dispuesta a hacerle frente. Eso vino a contarme en esa sesión.
Nos despedimos hasta la próxima, se fue por primera vez riéndose de ella misma.
Algo distinto estaba pasando. Las olas empezaron a perder fuerza, o tal vez aunque de miedo, cuando nos atrevemos a ver qué hay en ese oleaje, nos encontramos con que la fuerza de nuestro deseo puede ser mayor y eso nos permita orientarnos hacia el otro lado del mar.
Un lado propio, despojado de esa fuerza significante del Otro. Fuerza cuestionada y debilitada.
Yo me quedé pensando en el lugar del analista, ahí sosteniendo cuando es necesario, apostando al resurgimiento subjetivo aun cuando el arrasamiento es violento.
Ser pacientes, sí, nosotros. Mientras tanto se donan palabras, preguntas, libido y se presta una escucha.
En esa sesión, ella se dispuso a bancarse la cantidad de “arrasamientos” necesarios provenientes de las olas, porque las dos sabíamos que ya estábamos orientadas hacia el otro lado. Su lado. Su deseo.
Y si hay apuesta, deseo y paciencia, aunque lleguemos despeinados, con la malla corrida, y un poco golpeados se avanza igual.