Me encuentro frente al paciente, ya lo conozco y sin embargo algo de desconocido se hace presente, ¿con quién me encuentro?, ¿quién es aquel frente a la pantalla?, está en su casa, me muestra sus peluches, otro me muestra sus juegos de computadora, dibujan mientras hablan.
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🔸A veces, parece que me miran a los ojos, otras veces, dudo que recuerden que estoy de otro lado, de golpe la habitación queda sola, me encuentro frente a una pantalla llamando a alguien que no responde, veo la cama, los peluches, una taza de leche… y me pregunto “¿y ahora qué hago?”, hasta que aparece con una sonrisa y me muestra un dibujo que hizo el día anterior, viene cierto alivio, una calma que no tiene fundamento.
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🔹Inicia la sesión y la niña se esconde y comienza a llorar. Le pregunto qué le pasa, no la veo, me di cuenta que está allí, me responde, sigo sin verla, me contesta que está enojada, que no quiere jugar, se angustia. Le digo que estoy ahí para escucharla, pero el “estoy ahí” no me lo creo. Tengo incertidumbre, no sé bien que hacer, hasta que con unas pocas palabras empieza a asomar por debajo de su cama una mirada curiosa, quiere ver qué me puse en la cabeza con intención de que sonría.
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🔸Luego de unos minutos que para mí fueron horas sale por completo, se levanta y comienza a secarse las lágrimas. Nos miramos, juro que nos estábamos mirando a los ojos. Ella se calmó, me contó lo que le sucedía, y se le ocurrió dibujarnos. Algo de su enojo y angustia quedó expresado en un papel, ya estaba/estábamos más tranquila, y cerramos la sesión hasta la semana próxima.
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🔹Estos relatos solo reflejan que una vez más la resistencia es del analista, quien deberá poder mantener una atención parejamente flotante, ese que con su ética practica la abstinencia sin contar como sujeto allí, quien espera los tiempos lógicos necesarios.
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🔸El deseo del analista trasciende los límites del aislamiento, atraviesa la pantalla para dar curso al encuentro con el sujeto.