Me convocan para trabajar con una paciente con diagnóstico de psicosis y, entre la información que me habían transmitido, ella se caracterizaba por presentar una producción delirante masiva.
Ya habían pasado dos meses de acompañamiento y aún no había ninguna evidencia de su delirio en juego. El AT consistía en acompañar a mi paciente en su vida cotidiana. Hasta el momento no tenía presente si salir a hacer actividades era parte de un trabajo terapéutico. Pero decidí ser paciente.
Un día, ella me cuenta que estaba preocupada porque tenía la presión alta. Al preguntarle sobre su preocupación me cuenta: “Me fui a tomar la presión y el farmacéutico me dijo que tenía la presión alta porque quiere que deje de comer carne” (Su familia era dueña de un frigorífico)
Le sugiero probar yendo a otra farmacia y fuimos juntas. Cuando salimos me dice: “¿Viste lo que pasó?” A lo que le contesto que no, que me cuente. “Las personas que estaban en la farmacia estaban complotadas con el farmacéutico para que me dijera que tenía la presión alta”.
He aquí la posición del AT frente a la psicosis. ¿Cuestionamos su decir? ¿Interpretamos como en las neurosis?
El delirio deja en evidencia la modalidad subjetiva psicótica. Denuncia el arrasamiento subjetivo, el delirio presenta carácter de verdad. Una verdad del sujeto, de su realidad.
Desde allí, y apuntalada por la transferencia, me dispongo a ser testigo de esa verdad. No se cuestiona, porque es su verdad, no la mía.
Le propongo la idea de comprar un tensiómetro eléctrico, de esa manera podría ser ella misma quien tomaría su presión y vería, sin intermediarios, el resultado final. Ella acepta, se lo compra, y la alivia. Al día siguiente pudimos retomar nuestras salidas habituales.
¿El delirio desapareció? No, solo que se acotó en un margen que le permitió a mi paciente convivir con menos hostigamiento.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando mencionamos que la transferencia es motor para un vínculo terapéutico incluso en la psicosis?
De permitirnos ser testigos de una verdad, la del sujeto.