Modo Extra-AT

Acompañar a personas que se encuentran dentro de una institución en un contexto complejo como el actual, implica disponerse a habitar otros modos de ser acompañante. Por protocolos institucionales y sanitarios, “los de afuera” no pueden entrar, y las pacientes no pueden salir, por lo que el encuentro físico entre acompañante y acompañadas no es posible en ningún escenario.
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Poco tiempo después de iniciada la pandemia, se pone en marcha la modalidad “extramuros”, delimitando al menos dos espacios que se verán involucrados a la hora de trabajar: el adentro de la institución, donde están las pacientes, y el afuera, donde está la AT.
En el medio, un trabajo que exige, pero a la vez propicia el interjuego de dichos lugares, recibiendo y devolviendo lo que hay del otro lado del muro.
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El contacto con las pacientes, ahora a través de una puerta vidriada, un llamado telefónico o una carta, pone un límite a ese adentro protocolarmente inquebrantable: “Vos que estás afuera, ¿te podes fijar si…?” “¿Hablaste con mi familia? yo no pude comunicarme” “¿Cómo está la calle?”” Cuando vengas, tráeme…” Si llegó, sí llamó, si la AT dejó una nota, en alguna instancia está el afuera.
Se rompe el aislamiento porque hay un otro, dispuesto a escuchar y a compartir algo con un sujeto.
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La manera en que se articule ese adentro-afuera, dependerá de la escucha a la demanda del caso por caso, y deberá ajustarse a sus individualidades. Escuchar la demanda, implica necesariamente pensar las posibilidades que tienen las sujetos, y las que tiene el dispositivo para poder atenderla.
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Si no hay posibilidades de salir a comprar o a leer un libro, si no hay chances de ver a la familia y la comunicación con ésta es dificultosa, si hay escasos o nulos recursos para tomar posición más allá del muro.
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Si no hay posibilidades de entrar, si el encuadre del acompañamiento se fragmenta entre papeles con actividades y llamados telefónicos a contrarreloj, y si el vínculo interdisciplinario se torna cada vez más lejano en virtud de un hermetismo al interior de la institución, ¿Que hay?

Está la AT, llevando los insumos que las pacientes no pueden ir a buscar. Y están ellas, recibiéndolos, registrando sus gastos, planificando que van a necesitar la semana siguiente. Está la AT, trabajando con la familia, ofreciéndose como intermediaria para facilitar la comunicación entre ambas partes. Y están ellas, emitiendo mensajes y esperando respuestas.
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Está la AT, proporcionando material para leer, ayudando a escribir un libro de cocina, dejando en la puerta juegos, adivinanzas y letras de canciones, para que circule algo, no solo entre acompañante y acompañada, sino entre sus pares, fundamentales otros durante todo este tiempo.
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Y están ellas, hablando de personajes y capítulos, pensando una receta para compartir con su familia, jugando con sus compañeros, valiéndose del material utilizado para participar en las actividades que ofrece la institución.
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Está la AT, respetando lo que queda del encuadre, recordando que todas las semanas va a llegar el mismo día y a la misma hora y que después va a llamar para escuchar cómo están, y tirar alguna pista de la adivinanza que no salió, y retomar el capítulo 3, y dar las soluciones de los juegos.
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Y están ellas, esperando siempre el mismo día y en el mismo horario en la puerta de la institución, atendiendo el teléfono y aceptando otro modo de ser acompañadas.

Y finalmente, lo que hay, es un lugar para el acompañamiento, ubicado como puente con el afuera que apuesta a sostener lazos y adapta recursos en un mundo que acrecentó la brecha entre los que tienen más posibilidades y los que no.
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Mientras tanto, ellas pueden ser acompañadas en el adentro desde afuera, y la AT acompañar desde afuera el adentro, convirtiendo lo “extra-muros” en un juego de palabras.

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Desde el espacio de supervisión:

Retomando las palabras de la acompañante, es interesante reflexionar en la construcción de esta modalidad y cómo la misma, se convirtió en una posibilidad para dar continuidad a este dispositivo y ofrecer una extensión de las pacientes con el “afuera institucional”.
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Ante un contexto inesperado y productor de un quiebre en las dinámicas establecidas, este armado nos permite seguir ofreciendo un recurso terapéutico que, a lo largo de tiempo, concluye en un sostén ante la incertidumbre y un lugar establecido al cual retornar.

A su vez, es significativo el trabajo que debe realizar el acompañante en este contexto, para no sucumbir ante las imposibilidades/limitaciones y, por otro lado, no intentar colmar las fisuras que puedan presentarse a partir de las faltas que se profundizaron.
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Por lo tanto, la pregunta hacia las pacientes, la incorporación de ellas en las actividades, la conformación de listas de compras, a través de los llamados telefónicos, son modos en los cuáles el sujeto vuelve a recuperar su lugar activo, ahora a través del acompañamiento como extensión de él por fuera de la institución.
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No se anula su capacidad para decidir en qué cuestiones quiere gastar su dinero, para consultar qué tareas tiene ganas de armar o compartir con sus compañeros o la realización de cuentas que le permita seguir los gastos efectuados. Son detalles en el posicionamiento del acompañante que resultan sumamente importantes para no culminar en una asistencia plena.

En este contexto, hablamos de un espacio delimitado por un “adentro-afuera”, como conceptos diferenciales y opuestos, y, sin embargo, este dispositivo de modo subjetivo, los atraviesa y produce instancias que no son separables.
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Se desdibuja favorablemente esa línea, ante los movimientos producidos por los agentes implicados y, por lo tanto, produce efectos hacia ambos sentidos.
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Para concluir, a partir de lo mencionado se podría proponer una visualización de esta escena, en base a la figura matemática de la banda de Moebius, la cual se conforma por una sola cara y un solo borde, la cual concluye en una imposibilidad para diferenciar un adentro y un afuera, por la continuidad establecida en el espacio.