En una reunión de equipo resuena que el acompañamiento se inserta en la vida diaria del paciente, y cuando pienso en evaluar el encuadre y los objetivos me baso en cuál es la nueva cotidianeidad del paciente. Se hizo un trabajo arduo, el cual consistió en evaluar caso por caso, pensando en las posibilidades de cada uno.
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Lo primordial, es sostener el vínculo. La incertidumbre y el compromiso se pusieron en juego desde ambas partes del acompañamiento terapéutico. La realidad con la que nos encontramos es que algunos pacientes sólo cuentan con dispositivo terapéutico como único sostén social. Es este espacio en el cual se constituye parte de su cotidiano.
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Por un lado, están los ATs, atravesados por este real, en el cual la ambivalencia viene a formar parte y los interpela al momento de pensar en el trabajo con su paciente. En nuevas modalidades terapéuticas. Quizás en armar esquemas de horarios acordes a los nuevos cotidianos, nuevas actividades, y maneras diferentes de sostener el dispositivo, mantener el vínculo y todo lo conseguido
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Por otra parte, los pacientes. Para los cuales, en algunas circunstancias la dinámica presencial se torna peligrosa, y fuera de tono para esta etapa. Se crea una nueva modalidad de trabajo, la cual comienza a nombrarse. Acompañamiento a distancia, modalidad remota, modalidad virtual, no está definido. La presencia viene a ocupar otro lugar, ya no es inherente a lo físico. Por el momento no.
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Otro desafío para repensar son las situaciones particulares, en las cuales la presencia misma del AT ya cuenta como intervención. La figura del AT llega a poner un orden, un límite, a marcar cierto momento del día. Llega a preguntar, para escuchar y hacer hablar. A poner en palabras lo que se puede construir en este nuevo cotidiano. Pienso que bajo la modalidad que sea, bajo la modalidad que se pueda, lo que prevalece es la presencia del AT. ¿Y si pensamos la presencia en términos de cercanía?