Reflexiones sobre la pandemia en la clínica con niños

A continuación, comparto algunas reflexiones sobre la pandemia que observé en la clínica con niños.

Los niños de la primera infancia se mostraron en su mayoría ajenos al aislamiento, siéndoles suficiente el interior de sus hogares para poder crecer y desarrollarse adecuadamente. En relación a la virtualidad, pude ver varios lactantes pequeños, ubicados frente a la pantalla, responder con una sonrisa ante mí que lo observaba desde el otro lado, observándose claramente cómo fijaba la mirada en mis ojos. También responder a mis palabras buscando desde dónde venía el llamado. En niños algo mayores (primera infancia) me resultó interesante la interacción que se pudo lograr pantalla de por medio. Un niño de dos años comiendo algo, ofrecerlo a la persona que se encontraba del otro lado del dispositivo, juegos de presencia-ausencia fueron totalmente posibles en esta modalidad, jugar a las escondidas corriendo por el ambiente, evidenciando sus habilidades motrices.

En niños algo mayores la reacción ante la virtualidad fue variada. Algunos niños se mostraron extrovertidos ante la pantalla, exhibiendo sus juguetes, hablando mucho. Luego de un tiempo algunos comenzaron a mostrarse molestos, enojados con la modalidad, negándose en muchos casos a participar, interactuar, esto ocurrió también en las actividades grupales escolares a las que muchos niños se negaron a integrarse. En los casos en que aceptaron la interacción, varios modos fueron posibles, a través del juego, efectos de magia, etc. Hubo conversaciones con pares, videollamadas.

En el caso de los adolescentes, momento de la vida de transición, la pubertad como retorno de la oleada pulsional, el revivir edípico, el reconocimiento del propio cuerpo a través del contacto con el cuerpo del partenaire sexual, la importancia del cuerpo a cuerpo en ese reconocimiento, repentinamente se hizo imposible.

Aparecieron durante el aislamiento varios fenómenos:

  • Exceso de presencia parental: la mayor parte del día conviviendo padres e hijos, obligando a los últimos a buscar refugio. A crear un exterior en el interior. Los más chicos, a través de la creación de espacios como casitas, cuevas, en cualquier rincón o lugar de la casa, para evitar la mirada constante de los padres sobre ellos. Los adolescentes esquivaron ese encuentro permanente alterando sus ritmos de vigilia y sueño, manteniéndose despiertos de noche y durmiendo de día.
  • Cambios en la alimentación, alteración de los horarios, ritmos, calidad, llenando espacios ante el aburrimiento, asociado al sedentarismo y al uso ¿excesivo? de pantallas.
  • Aparición brusca y repentina de ciertos fenómenos de conducta: miedos, fobias, desencadenamiento de ciertos cuadros en forma abrupta.
  • Surgimiento de cuestiones de convivencia que pusieron en evidencia particularidades vinculares, incluso abusos de poder o sexuales.

Por otro lado, y tomando otros aspectos relacionados con la situación que se atraviesa, pude apreciar que, en el caso de los recién nacidos y lactantes, a pesar del aislamiento, no se observaron trastornos en el desarrollo madurativo. Por el contrario, en muchos casos, la presencia de la madre en el hogar por más horas al tener trabajo virtual, permitió la estimulación y consecuente adquisición de habilidades en forma normal.

En relación a los niños de segunda infancia, edad escolar, el abanico de fenómenos presentados me impresiona más heterogéneo, con presentaciones en distintas modalidades, algunas regresiones a estadios anteriores (enuresis), autoagresiones, mayor apego a las figuras parentales, estados de aburrimiento, tedio, y la inevitable interacción con las pantallas que se intensificó durante este tiempo.

En el caso de los adolescentes, si bien hay una concepción social instalada de “adolescencia rebelde, descontrolada, violenta”, pude percibir que respetaron los cuidados, utilizando barbijo, muchos de ellos se ofrecieron a ayudar a los adultos mayores, y fue excepcional la transgresión de normas establecidas. Varios se mostraron temerosos del contagio y/o de contagiar a sus mayores.

Este período transcurrido me hizo reflexionar sobre que la pulsión oral fue la dominante durante el aislamiento. Ante la imposibilidad de acceder (y consumir) otros objetos, ante el tiempo que al comienzo había que llenar de alguna manera, y la posibilidad de acceder a la compra de alimentos, en la mayoría de las familias hubo una distorsión en la alimentación, cambio de horarios, en la preparación de comidas, en la selección de alimentos, interés por participar en cursos de cocina, etc. Lo “alimenticio” rellenó espacios de aburrimiento, en cualquier momento del día, enmascarando ese afecto angustioso que se manifestó desplazado hacia la zona oral.

Para finalizar, y volviendo a la polémica que genera la atención virtual, es importante recordar que Sigmund Freud analizaba por carta, en tren, estando de vacaciones, caminando, etc. Melanie Klein, psicoanalista de niños, en ocasiones vivió en la casa de alguno de sus pacientes, conviviendo con la familia durante varios meses. Donald Winnicott, pediatra y psicoanalista, realizaba intervenciones esporádicas, espaciadas, en ocasiones de atender en la consulta a ciertos pacientes. No me cabe duda que, dichos personajes imaginados en la actualidad, adaptarían sus prácticas a las exigencias actuales, incorporando la tecnología y la atención en forma virtual. Sus ejemplos nos habilitan a confiar en la autenticidad de dicha modalidad.