Últimamente comencé a escuchar la afirmación “antes de la cuarentena”. Esta frase ha comenzado a ser el nuevo “Antes y después de Cristo”. Esto implica un momento de quiebre, un momento que marca a la humanidad, y marca claramente un antes y un después.
Antes de la pandemia seguramente eras otro, en principio éramos personas que suponíamos que al menos éramos libres de salir a la calle, de ir a la casa de alguien, de ir a trabajar, de abrazarnos. Éramos aquellos que obteníamos de premio un día de home office, lo celebrábamos y aquellos que no habían sido los afortunados premiados desde la oficina envidiábamos a aquel que seguramente estaba en pijama y pantuflas enviando mails desde la cama.
En marzo del 2020, cada uno de nosotros cerró la PC de su escritorio, cerró biblioratos hasta la semana próxima. Luego salió rumbo a su hogar. Inocentes todos de lo que vendría de allí en adelante.
Poco a poco cada casa se convirtió en una oficina, mesas ratonas de escritorio, computadoras entre aromas de la cocina, resolver mil cosas y luego tirarse para atrás y caer en la cómoda almohada de la cama, conversaciones telefónicas entre el zoom del colegio, niñes gritando mientras una obra social insiste con el envío de planillas, clases virtuales congeladas unos segundos porque falló la conexión. Familiares paseando en pijama por delante de la pantalla de zoom, camisa abotonada arriba y short con pantuflas abajo, terapia en el auto, tarea del colegio, pedido de silencio, electrodomésticos que se rompen, ¡y mucho más!
Pero un día encontramos la forma de hacerlo, nos adaptamos, encontramos que podíamos tener lazo, mas allá de la presencia física, no teníamos abrazos pero el chat de WhatsApp nunca descansaba, las video llamadas se convirtieron en parte de la vida cotidiana. Los encuentros en parques pasaron a ser intensamente esperados, y nuestra realidad se acomodó a lo posible de esos tiempos.
Poco a poco nos preguntamos qué hay de la presencia real, qué pasa si comenzamos nuevamente a dejar de ver los cuerpos recortados y volvemos a encontrarnos, saludarnos con el puño, pero al menos poder tocarnos.
El encuentro en la institución tuvo la nostalgia de todo regreso, la emoción del reencuentro, las ganas de abrazarnos, pero también la dificultad de volver a adaptarse. Porque no volvemos al mismo lugar, volvemos al mismo lugar físico, pero ya no somos los mismos, y el trabajo también ha cambiado. Nos volvemos a encontrar, pero sin perder de vista que ese encuentro también viene cargado de una nueva adaptación, de un nuevo encuentro, de reconocer el lugar de trabajo como propio, de lograr interpretar los gestos más allá del barbijo, de acostumbrarse a manejar los tiempos, es un nuevo inicio, con lo que somos hoy, con lo que descubrimos en pandemia, y así adaptarlo nuevamente para armar una nueva realidad compartida.
La presencia física nos hizo volver a trabajar en equipo en la inmediatez de la “charla de pasillo” como bautizó Daniela, en esa simpleza de la consulta y comentario espontáneo entre compañeres, en la charla que lleva a resolver en conjunto, en miradas compartidas que aclaran las estrategias. Volvimos a encontrarnos con familias, con pacientes, a recibir las consultas sin la tecnología como mediadora. La presencia física nos pone en juego lo real del encuentro, eso que en tanto real no tiene palabras, pero por supuesto tiene efectos subjetivos.
Nos volvimos a encontrar y seguimos trabajando para que convivan las nuevas realidades, nuestro horizonte como siempre, el caso por caso, el trabajo en equipo, las subjetividades y por supuesto el lazo entre todos los que hacemos Désir Salud!
¡Vamos por más, que este grupo siga construyendo esta nueva y tan anhelada presencia física!